LOS OJOS DE SANDRA

1era. Mención en categoría cuento Concurso Nuestros Socios Escriben XX CNSI año 2009 - Jurado: María Adela Renard, María Rosa Maldonado y Sebastián Jorgi.

La secretaria del piso pasa por mi sector. Con esos jeans ajustados se ve más flaca que nunca, pero me gusta. Deja un sobre grande en mi escritorio. Es rojo y adentro hay un folleto de cartón satinado. También rojo. Lo abro sin curiosidad. Tengo que ascender y ganar más. No quiero ser para siempre un “medio pelo” en la firma.
Leo: Su empresa Capitalis S.A., preocupada por hacer el clima de trabajo más agradable, invita a usted a un curso. En dos días aprenderá a relajarse. Corregirá malos hábitos. Reducirá el stress para trabajar más cómodamente…
Vivo tenso. Si llegara a ser cierto sería maravilloso. Tal vez podría relajarme y dejar de ser tan enamoradizo. Me gustan todas las mujeres. Pero nunca me conformo con ninguna.

Llego a un galpón pelado, de piso de cemento. Me ataja un chico con cara de niño y sonrisa enorme. Me dice:
-¡Hola! ¡Bienvenido! te pongo esta cintita en la muñeca, no te la quites hasta el final, es para volver a entrar mañana. Ahora dejá tus zapatos aquí a la izquierda y buscá una silla para acomodarte.
Me miro la pulsera que dice algo que no entiendo, debe ser en hindú, mientras me pregunto quién sería capaz de venir por voluntad propia. Veo unas filas de zapatos que me dan la sensación de restos humanos luego de una catástrofe. Avanzo en medias, elijo una silla que es apenas una colchoneta en el suelo y un respaldo de lona. Quisiera huir pero tengo que hacer esto. Y lo que es peor, tengo que hacerlo bien. Están todos mis compañeros de la oficina y mi jefe. Toto ya hizo este curso. ¿Cómo podré hacer yo…?
Me acerco a Toto, a pedirle consejos y quedo con mi pregunta enganchada. Parece un Buda, con las piernas cruzadas, pelado.
Medita.
Ya es la hora, ¿qué pasa que no empiezan?
Recorro con la vista a los demás. Algunos están sentados. Ni me ven. Casi nadie habla. Mañana yo también me traigo una manta para cubrirme las piernas, veo a varios así y es buena idea porque hace frío.
¿Cuánta gente habrá?
Somos un montón los de Capitalis S. A, de todas las sucursales de los países de habla hispana. Es raro vernos sin la formalidad de la oficina, sentados en el suelo. Descalzos.
Por fin aparece un chico sonriente, que prueba un micrófono y dice que nos va a preparar para que recibamos a la instructora. Que elijamos un compañero al azar y que nos adjudiquemos una letra, A uno y B el otro. Sonrío a la rubia que tengo a mi derecha pero mira para otro lado, hace pareja con una chica. Allá ellas.
Miro más lejos hasta que veo a otro con cara de cuis asustado, que busca igual que yo. Me mira levantando las cejas en signo de pregunta, asiento, voy al lado suyo y me pregunta si quiero ser B. Le digo:
-Sí, por favor. No quiero empezar yo, así veo un poco como es la cosa… Me interrumpe el micrófono:
-Van a empezar los de la letra B. Pero antes les pido un aplauso para recibir a Sandra, la instructora.
Sube a la tarima una joven delgada y pequeña, camina como en una pasarela. Lleva puesto un género naranja sedoso, que parece que se lo hubiera enroscado por los hombros y las caderas para resaltar sus curvas en los lugares más adecuados. Tiene pelo corto que cae recto a los costados de la cara, dándole un aire de muñeca de porcelana. El cutis también parece de porcelana. Y sus rasgos, de muñeca. Cuando empieza a hablar ya me enamoro. Tiene voz suave, venezolana y gestos blandos. Sandra.
Me distraigo y no sé qué hay que hacer.
Mi compañero dice:
-Que nos digamos el nombre y a qué nos dedicamos en un minuto. Mientras uno habla el otro no interviene.
-Bueno, me llamo Jorge y soy vendedor de Capitalis S.A. en la sucursal de la calle Tucumán –me quedo sin más para decir- qué largo es un minuto…- el cuis me mira con una sonrisa y espera que le diga algo más – ¿qué se supone que tengo que decir? ¿Lo que hago? Bueno, recibo pedidos de las casas de regalos y los preparo para enviarlos…
-Listo. -dice la voz de Sandra- ahora les toca a los A.
No me interesa para nada pero escucho lo que dice el cuis:
-Soy Doménico. Les pongo los calcos a los juegos de vajilla. Tomo cada pieza y ubico el calco en el lugar más visible. Es muy importante que el nombre de nuestra empresa, Capitalis S.A., se vea claramente, porque es el nombre y la imagen de la firma. No me aburro nunca porque cada pieza es diferente. Cuando pasan por mis manos, dejan de ser anónimas para ser una taza Capitalis, un plato, lo mismo…
-Listo –dice otra vez la voz de Sandra- ahora piense cada uno en lo que contestó su compañero y si le confiarían un trabajo.
Con el encanto que arrastra la palabra “trabaho”, me hace perder el hilo otra vez. El candor con el que habla coincide con su imagen. Creo que hago lo que sea por ella. Pide que los B se pongan de pie. Me señala y me pide que cuente lo que dijo mi compañero.
-¿Todo lo que dijo? Dijo tanto…
Todo el mundo se ríe de mí, ahí parado, con los brazos cruzados, en la búsqueda inútil de alguna palabra que haya dicho el cuis, la mente en blanco, y la cara cada vez más roja, hasta mi jefe se ríe.
Sandra me pregunta el nombre:
-Jorge…
Dice que me siente y luego le pide a Doménico que cuente lo que había dicho yo, lo hace bien y agrega:
-Yo le confiaría un trabajo, pero le recomendaría que pusiera más atención.
Se ríen todos otra vez.
Soy un fracaso.
Nos piden que cerremos los ojos y que respiremos lentamente. Inspirar profundo y exhalar muy lento. Parece fácil y luego de hacerlo un rato ya me siento más tranquilo. Ni me avergüenza mucho el papelón que hice. Tal vez me sirva esto.
-Antes del último ejercicio del día les digo algo muy importante –dice la voz venezolana- porque al término de la jornada no podrán hablar. Para concentrarse en vuestro interior no deben decir ni una palabra hasta que yo les diga. Así llegarán a experimentar el silencio sanador.
Nos aconseja tomar mucho líquido, no comer carne ni nada que tenga conservantes, dormir bien y venir en ayunas al día siguiente. Me parece todo muy raro pero si lo dice ella lo voy a cumplir. Dice que al día siguiente nos visitará el Gurú Manuel, nuestro maestro. Cumplo todos los ejercicios. En algunos momentos hago trampa.
Inevitable.
En pareja, esta vez con una chica gruesa y poco agraciada, ya no me importa si soy A o B. Debemos confesarnos algo. Le cuento que me gustan todas las mujeres, que no puedo evitar imaginarlas, desnudas y fantasear cómo serán en la cama; que siento deseos de unirme a todas profundamente, de sentir ese calor, de vibrar y perderme en esa fusión… fusión como en los brazos de mi madre… Mirándola fijo a los ojos, veo unos lagos verdosos rodeados por un bosque de pestañas largas y arqueadas, y empiezo a sentir en la sangre un cosquilleo. Lo trato de evitar pero es más fuerte que yo. Esto me trae tantos problemas, me distraigo, pierdo energía, me olvido todo, pero sólo quiero zambullirme en la mujer…
Lo más increíble es que me doy cuenta de que es eso lo que busco. Alivianar la insoportable soledad. Volver a sentirme protegido. Pero es imposible.
Está sirviéndome esto, al final.
Después de respirar otra vez nos vamos en silencio. Igual no tengo ganas de hablar.
Sólo de llorar.
Se me complica comer sano porque todo lo que hay en mis alacenas es enlatado y en la heladera tengo jamón, salchichas y hamburguesas. Me preparo arroz y me voy a la cama con el plato y una botella de agua.
Odio el agua.
Y los granos de arroz entre las sábanas.
Apago el televisor temprano y me duermo como un niño, pensando en Sandra, es tan pura; sus instrucciones para respirar son tan dulces que parece ser etérea, como sus movimientos.

A la mañana siguiente camino directo al estrado para saludar a Sandra. Quiero darle un abrazo. Siento algo especial por ella, quiero agradecerle lo que estoy aprendiendo. Alguien la llama.
Se va.
Asomo mi cabeza entre los cortinados de pana verde. La veo discutir con alguien que ha de ser el Gurú Manuel. Es alto y delgado, con una maraña de rulos hacia los costados, tiene una sonrisa que parece una mueca macabra. Detecto que habla en portugués.
Pero no llego a comprender lo que dice. A ella sí. La veo darse vuelta, pálida. Su rostro inocente está desencajado. Le dice en un hilo de voz:
-¡No me puedes obligar a abortar!
.-Vamos, toma el agua –dice Manuel en tono paternal, dándole un vaso descartable.
Yo sigo paralizado con la cara entre las cortinas. Sandra viene hacia mí, levanta la vista y me ve, entre sus lágrimas.
Ella me da su vaso, miro el agua temblorosa y…

Me despierto sobresaltado. Tengo que proteger a la instructora.
Llego tarde y ya desde mi lugar oigo la voz suave de Sandra dando instrucciones. Es un ángel. ¿Cómo pude pensar que ella y el Gurú…? Dice que cerremos los ojos y yo sólo veo los suyos. Los ojos de Sandra.
El acento venezolano pasa al brasilero en una voz grave y ronca. Espío y veo una cabeza llena de rulos. La sonrisa parece maliciosa…

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