VIKINGO

1er. Premio en categoría cuento Concurso Nuestros Socios Escriben XIX CNSI año 2008 - Jurado: María Adela Renard, María Rosa Maldonado y Sebastián Jorgi.


Salió a navegar solo. Levantó el mentón y ladeó ligeramente la cabeza para oír el viento. Izó el foque y volvió al timón con movimientos felinos. Para él los meneos del barco eran más naturales que la quietud de la tierra firme. El vikingo, como le decían, tenía muy desarrollado el sentido del oído. Por dentro era todo sonidos, música, trinos, voces del pasado y hasta su propia voz, que generalmente oía solamente él; y por fuera era un auténtico capitán de ultramar, de espalda recta, imperturbable, capaz de enfrentar hasta el más feroz de los vendavales. Deseaba tener esa habilidad con sus tormentas internas…
Ese sábado volvió al puerto más temprano que de costumbre. Acercó el barco a la amarra con toda suavidad. Ya había arriado las velas y las había sujetado rápidamente. Con la última estropada, tomó la boya y amarró sin ningún inconveniente. Cuando terminó de atar el último cabo de la carpa ya llegaba el botero a buscarlo. Todo era previsible para él en el medio acuático. Se sentó en la popa del bote y saludó al botero con una sonrisa que hizo que su bigote se levantara apenas. Sus ojos celestes como el cielo limpio de esa tarde, bajo la visera de su gorra de capitán, quedaron fijos en los remolinos marrones que formaban los remos. Pensó que su vida y la de su mujer se habían transformado, con los años, en esos dos remolinos, uno a cada lado del bote. De tanto usar el silencio como arma, ni se rozaban. Dejó una propina al botero y subió la escalera.
Al pisar la calle percibió que no reaccionaba bajo su peso. Miró una vez más el horizonte, que tanta paz le daba. Era lo mismo ese barro color de león que las piedras de los fiordos. El agua era para él la misma en cualquier color y estado. Se sentía él mismo cuando estaba en contacto con el agua, calmaba su sed.
Caminó sin demora hacia su casa. Cuando cruzó la avenida ya estaba aturdido. Esa sensibilidad suya a los sonidos lo ensordecía. ¡Había tanto ruido! Los motores de los autos se confundían con los vuelos rasantes de los bombarderos que oyó en su infancia. Las voces se le mezclaban con los recuerdos guardados en palabras. Querría tener tapones en los oídos para no enloquecer y protegerse en su caparazón.
Cuando abrió la reja colonial y pisó el tablero de ajedrez del zaguán, sintió un leve mareo de tierra. Entró a su casa y percibió el aire de fiesta que se gestaba. Reconoció que en algo coincidían los remolinos de él y su mujer, en el gusto por recibir amigos en su casa. Vació una copita de vodka de un trago, para calmar sus ruidos internos y el mareo de tierra. Fue a la cocina. Dolores revolvía en una cacerola enorme algo que olía delicioso, algo que olía a amor para convidar. El vikingo le dijo:
- Hola.
Ella se dio vuelta y le sonrió con dulzura, sorprendida porque al fin su marido volvía temprano. Se lo había pedido tantas veces en vano... Él miró la cara iluminada de su mujer, el delantal desteñido y el pañuelo en la cabeza, y le dedicó una sonrisa de bigote. No se animó a decir lo que su corazón acababa de gritarle:
- ¡Qué linda estás! Igual que el día en que nos conocimos…
Ella tampoco dijo nada. En silencio, el vikingo tomó la bandeja y la llevó sobre la palma de la mano como si fuera el maitre de un restaurant de lujo. En el comedor, colocó las copas de champagne sobre la bandeja, preparadas para el brindis. Él sabía que debía poner la mesa. Ambos daban por sentado lo que esperaban que hiciera el otro. Era un acuerdo tácito aprendido a fuerza de años de convivencia, y de las guerras de silencio interrumpidas por feroces reclamos o terminadas en inevitables explosiones. Pero a él le gustaba la tarea que le tocaba esta vez, así es que se dedicó a ella con entusiasmo juvenil.
Dolores probó el goulash y entornó los párpados. Dejó el delantal y el pañuelo sobre la mesada y tapó la olla.
- En seguida vuelvo – le dijo a su marido, que estiraba el mantel de lino blanco sobre la mesa del comedor.

La mesa lucía más paqueta que nunca. Sonaba música alegre y las luces encendidas creaban una atmósfera festiva. Ya estaban por llegar los invitados, pero Dolores no aparecía.
- ¿Qué hará encerrada en el baño? – se preguntó el vikingo.
Sonó el timbre y él abrió. Eran los primeros cuatro, que llegaban muy puntuales. Cuando se sentaron sonó de nuevo el timbre, y esta vez fue Dolores la que corrió hasta la puerta envuelta en un halo de misterio. Cuando abrió, recibió una alabanza de parte del marido de su amiga de la infancia. Estrenaba un vestido negro ceñido a la cintura y se había pintado los labios. Hacía años que no se la veía así. El vikingo se acercó y le dedicó una sonrisa mostrando todos los dientes. Pero en seguida volvió a la expresión insondable de siempre. Lo dominaba una obsesión silenciosa, olfateaba algo extraño. Temía desesperadamente perder a su mujer. Los celos reproducían voces dentro de su cabeza, y la melodía que habían bailado cuando se conocieron, que resonaba en sus oídos desde horas antes, ya lo ensordecía.
Todos hablaban a la vez. Las palabras parecían un pastel en capas, una sobre otra, en varios idiomas. Pero él, aun estando lejos, era capaz de focalizar la atención en un sonido en particular y descartar el resto. Entonces oyó que alguien susurraba unas palabras al oído a su mujer.

Cuando todos se fueron el vikingo permaneció en silencio, esquivo como siempre. Tragándose la angustia, se puso la camisa de dormir que ella había planchado esa mañana, y se acostó, dándole la espalda a su esposa. Dolores lloraba en silencio. Creyó que su marido seguía enamorado de ella. Lo había escuchado tararear la melodía que habían bailado cuando se conocieron, esa misma tarde, mientras preparaba la bandeja con las copas de champagne. Eso la impulsó a correr a comprarse el vestido y pintarse como a él le gustaba. Pensó que lo notaría, porque su amiga, durante la comida, le había dicho en tono cómplice:
- Se nota que estás enamorada, por el brillo de tus ojos.

2 comentarios:

  1. lo reescribiste? me emocionó igual que la primera vez que lo leí!

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  2. gracias carlos.
    está exactamente igual que como lo presenté
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    m

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